Nadie esperaba que ‘Mango’, la última producción española aterrizada en Netflix, se convirtiera en un fenómeno viral desde Tokio hasta Toronto. Sin grandes estrellas internacionales y con un presupuesto modesto, la cinta se ha colado en el número uno de visualizaciones de habla no inglesa. Sin embargo, el secreto de su éxito no parece residir en una trama revolucionaria ni en unos diálogos para el recuerdo, sino en un actor secundario que roba cada plano: la luz de la Axarquía malagueña.
Un guion de «siesta», un escenario de ensueño
La premisa de la película es sencilla, quizás demasiado. Una historia de amor entre cultivos tropicales, malentendidos veraniegos y reconciliaciones bajo el sol del sur. La crítica especializada no ha tenido piedad, y el consenso en redes sociales oscila entre el placer culpable y el aburrimiento narrativo.
Las reseñas más afiladas la catalogan como el perfecto ejemplo de «cine de confort». Como apuntaba un usuario en facebook esta semana: «La pena es que es un rollo. Eso sí, Frigiliana sale preciosa». Y no le falta razón. La película adolece de ese ritmo pausado y previsible que otro espectador ha calificado acertadamente como «tipo película romanticona de las de Antena 3 en sábado o domingo por la tarde».
Es ese cine diseñado para la sobremesa, donde el conflicto es mínimo y el final feliz está garantizado desde el minuto uno. Una cinta que, según la crítica profesional, se queda en «una película de seis sobre diez, perfectamente aceptable gracias a sus agradables interpretaciones y sus bonitos paisajes».
Frigiliana y los paisajes de la Comarca: La verdadera protagonista
Pero donde ‘Mango’ fracasa como obra maestra del séptimo arte, triunfa estrepitosamente como catálogo turístico. La dirección de fotografía ha sabido captar la esencia de la Axarquía con una saturación vibrante que traspasa la pantalla.
El pueblo de Frigiliana y los paisajes que se ven desde la finca de Benamocarra donde se rodó, se convierte en un refugio idílico que hace suspirar al espectador internacional. No es solo un telón de fondo; es el corazón estético de la película. Las tomas aéreas de los valles, salpicados por el verde intenso de los aguacates y, por supuesto, los mangos, ofrecen una imagen de una Andalucía tropical y exuberante que se aleja del tópico del secarral.
El efecto «Set-Jetting» en Málaga
‘Mango’ confirma una tendencia al alza: no hace falta un guion de Oscar para mover masas turísticas. Al igual que ocurrió con Emily in Paris o Bajo el sol de la Toscana, la película funciona como una postal en movimiento de 90 minutos.
Mientras los críticos debaten sobre la falta de profundidad de los personajes, los espectadores en Alemania o Estados Unidos están pausando la reproducción para buscar en Google Maps dónde quedan esos miradores al Mediterráneo. La película vende un estilo de vida: la calma, el sol, la naturaleza y la belleza de los pueblos blancos.
En definitiva, puede que ‘Mango’ no pase a la historia del cine por su narrativa, y es probable que olvides el nombre de los protagonistas la semana que viene. Pero lo que la película logra —y ahí radica su innegable éxito— es que, al terminar los créditos, lo único que desees sea hacer la maleta y perderte en los paisajes de la Axarquía.







